Capítulo 2

Capítulo 2

“La araña es un animal sagrado en la mayor parte del norte de Athaeren. Se las considera la forma más pura de vida, y son alabadas como descendientes directas de Athaes, la primera madre del mundo, y también la primera araña."
  -Costumbres del mundo Conocido, por Jurfrngir de Malor

Nesa miró al cielo encapotado, y un atisbo de congoja ensombreció su rostro. Habían pasado la noche al raso, y, pese al frío y el viento, tuvieron la gran suerte de no padecer una de las nevadas típicas de Vorya.
Una leve brisa empezó a ladear los abetos, obligándolos a deshacerse de su manto blanco. Nesa cargó como pudo con el cuerpo de Dorien.
“Maldita sea, Lia, tú eres la fuerte. ¿Dónde estás?”, pensó.
Los mapas indicaban que las cavernas Eodúm estaban cerca, pero… ¿quién puede fiarse de los mapas? Menos aún de estos, creados a cientos de leguas, inspirados por otros menos inexactos, a su vez calcados de indicaciones vagas dadas por viajeros quién-sabe cuántos años ha.
El norte y el sur perdían su sentido en los bosques nevados. Solamente importaba de dónde venía el viento, y hacia dónde iba.
Si sabías interpretarlo.
Pero Nesa, no sabía.
Le preocupaba el estado del chico. Respiraba cada vez más lento, y su cuerpo se enfriaba por momentos. Debía encontrar un refugio con urgencia, pero sin Lia, estaba perdida.
Su compañera había ido a inspeccionar la zona hacía varias horas. Tenía que ser un paseo rápido, pero el sol ya se ponía y aún no regresaba.

Hundía pesadamente las botas en la nieve, cada paso era un tormento, cada rama, un suspiro en el viento. Pequeños copos se fundían en su aliento y mojaban su rostro, los brazos le temblaban bajo el peso de Dorien. Su cuerpo gritaba ayuda de forma desesperada. Pero debía resistir, llevaba un año haciéndolo. Su piel había sufrido el frío del Norte, la aridez del desierto, el salitre en la ácida brisa de los mares del oeste… Tenía la convicción en la sangre, y las ideas fijas en la mente.
El fin justificaba los medios, el tiempo se lo había enseñado.
Un pequeño animal pasó entre sus piernas y le hizo perder el equilibrio. Un zorrillo de las nieves, de cola erizada y orejas gachas corriendo al oír sus pesados pasos y jadeos de cansancio.
El zorro pasó entre arbustos blanquecinos y pelados, dejando atrás a la chica y su carga, atravesando la nieve en un rastro apenas perceptible.
Acostumbrado al frío y el hielo, su pelo atrapaba el calor y lo repartía a su alrededor. Sus ojos brillaban como dos estrellas vivas, guías en un páramo muerto. Para él los árboles eran gigantes, un techo resbaladizo e inaccesible. Un dios impío, que a la mínima molestia podía sepultarlo en un manto eterno de nieve.
¿Qué podía hacer? ¿Qué podía pensar esta pequeña bestia, en una tierra sin piedad?
“Sobrevive.”
Una única idea que lo hacía correr y esconderse, comer y dormir. No sentiría este ser afortunado sentimientos o emociones como soledad o frustración por no alcanzar sus metas… Tendría una vida corta y fructífera, apenas dejaría una huella en este mundo, pero tampoco le importaría. Nunca se entristecería por ello.
En su carrera por encontrar refugio ante la inminente tormenta, recorrió cientos de varas antes de topar con otra humana. Su cabeza chocó contra una pantorrilla fuerte y dura como un tocón.
-¿Te has hecho daño, pequeñín?
Lia dejó una gran bolsa de piel en el suelo, un peso muerto dejando pequeñas manchas rojas en el suelo blanco e impoluto. Cogió al zorrillo en brazos y le acarició la cabeza.
-Estás bien, ¿no, pequeño?
El animal se resistió, arañando cuanto pudo y huyó entre la maleza.
Lia recogió la bolsa y se echó a la carrera también. Era más tarde de lo pensado. Había dejado a Nesa con el chico inconsciente, y no podría cargar mucho con él sola.
Corrió al trote y los pudo encontrar a poca distancia.
Nesa tiró a Dorien al suelo con poca delicadeza y le lanzó una mirada furibunda:
-¿Dónde has estado? ¡Han pasado horas desde que marchaste!
Lia levantó la bolsa señalándola:
-Un oso se ha topado conmigo, pobrecito. Da igual, ahora tenemos cena
-Ahora cargarás con la carne y con el chico.
-Cómo quieras…- contestó Lia resignada.
Empezaron a avanzar, con la esperanza de encontrar al fin las cuevas.

El pequeño zorrillo miraba con precaución desde la distancia, había seguido el rastro de la carne. Aunque la idea de enfrentarse a humanos, podía quitar el apetito.


Dorien flotaba. Tan simple como eso. La oscuridad lo rodeaba. Un vacío pulsante y agradable. Un lugar en que ningún pensamiento tomaba forma, un lugar donde nada existía. Un sitio sin Nada, Nadie, Ningún Lugar. Un vacío atractivo, dónde poder quedarse, y no sentir nunca.
Allí el negro no era un color, lo era todo. El negro era él y el vacío. Eran uno en la oscuridad, la Nada y Él. ¿Dónde terminaba su cuerpo?
No. Su cuerpo no terminaba. Su cuerpo no empezaba. Nada.
¿El tiempo y el espacio? No existían.
Podían pasar segundos, horas o días. Sería lo mismo para Dorien.
Y podrían haber pasado segundos, horas o días cuando aparecieron las luces.
Una, azul y fría. Lejana y difusa.
Otra, naranja y cálida. Cercana y definida.
Bajo él las vio. Líneas blancas, cientos de ellas, brillando y extendiéndose hasta el infinito, dando una sensación de profundidad a un lugar que no la tenía. Las líneas, estrechas y luminiscentes, lo conectaban con las luces.
Desde la cálida, una voz:
-¿Dorien?-
Una voz de suave pero fuerte. Lo aterrorizaba y lo atraía.
-Dorien, ven. Vuelve a mí.-
Volver… La palabra carecía de sentido ahí.
¿Quién era? ¿Era algo, acaso?
Se sentía llegar a ella, moverse en un lugar sin espacio, caminar en un lugar sin suelo.
Su calidez lo llenaba y envolvía. Una intensidad aterradora lo atravesaba.
Empezó a avanzar hacia la aquello, hacia esa lumbre que lo tentaba con mil imágenes de un mundo ideal. Allí encontraría todo lo que quería, todo lo que deseaba. Quizá todo lo que había perdido durante su vida.
-Ven, no volverá a pasar.-
Una idea, más fuerte que las demás, vino a él: dolor, sangre. Y todo lo demás desapareció. Huyó, como solo se podía huir ahí. Huyó con todas sus fuerzas, con la fuerza de la convicción. La fuerza de un animal herido. Huyó como había huido siempre. Y al huir llegó a la luz fría.
De repente, sintió la realidad chocando contra él, como agua helada en la cara caliente.
Y despertó.
Las caras de Nesa y Lia aparecieron ante él. Estaba echado en el frío suelo de alguna cueva. Un pequeño fuego empezaba a arder a sus pies.
-¡Respira! ¡Creo que respira!
-¿Crees? O respira o no, asegúrate.
Sintió la realidad, la confusa realidad.


El viento azotaba con violencia las ventanas del palacio. La noche empezaba a caer tras un manto de nubes blancas, que se henchían como las velas de un barco en el horizonte, retorciéndose y girando, adoptando miles de formas caprichosas. El día había sido corto, y el sol, mortecino. Las gentes en la corte habían permanecido enclaustradas, mirando tras las contraventanas y temiendo la llegada de una tormenta de nieve, el último coletazo de un invierno demasiado largo, y un mal principio para la esperada primavera.
Los guardas de la Planta Roja, la última planta de palacio reservada al rey y sus sirvientes directos, lucían en sus rostros el cansancio de incontables noches en vela. Sus cotas de malla tintinearon estrepitosamente, al ponerse firmes sus ocupantes.
- ¡Señor! –gritaron los guardas.
Era el heredero. El Heredero, con mayúsculas. Ese muchacho pálido de mirada punzante cuya sola presencia daban ganas de huír. El segundo hombre más poderoso de Otued, y, por algún motivo, uno de los más temidos en el vecino reino de Vorya. Como de costumbre, iba ataviado con su capa negra, cubriéndole el cuerpo por completo. Apenas otra cosa que sus manos forradas en grandes guantes de piel, ribeteados con líneas moradas, salían de esa masa uniforme y oscura.
La sola mención de su nombre suscitaba cuchicheos nerviosos entre la corte.
Nyrae, apodado “Alma Helada” y “El Extraño”, heredero al trono de Otued y nombrado Señor de las Montañas Eol-Eodúm, estratega honorífico del Alto Mando y soberano de las costas de Búzlaq.
El reino era pequeño, sin embargo, el poder del Heredero era inconmensurable.
El muchacho miró a los guardas, ladeando la cabeza en un gesto de sarcástica desaprobación.
- Señores, ¿cuánto hace que no duermen?
Los hombres dudaron en responder. Uno de ellos contestó en un titubeo:
- Alteza…-
- No soy un príncipe, no me llamen “Alteza”. Prefiero que me llamen “Excelencia”.
El guarda bajó la cabeza, confuso, y continuó:
- Bien, Excelencia. Su Majestad, el rey, dio órdenes expresas de que no nos moviéramos de nuestros puestos.
Nyrae sonrió, aguantando la risa. Suspiró con cierto tono de exasperación y preguntó:
-¿Cuánto hace de eso?-
- Cinco días, Excelencia.-
El chico estalló en carcajadas, apoyándose en la pared del pasillo. Los guardas, incrédulos y confusos, intentaron fingir que aquello no ocurría. Con escaso éxito.
- Alt… Excelencia, ¿Puedo preguntar de qué se ríe?
El Heredero se repuso y los miró con una sonrisa de superioridad en los labios.
- Señores, en el futuro eviten obedecer las órdenes del viejo. Está… Algo ocupado, y a veces no se da cuenta de lo que dice. Esperen al final del turno y hagan el cambio de guardia, como es habitual.
Los guardas quedaron sorprendidos.
- ¿Nos está pidiendo que desobedezcamos órdenes directas?¿Órdenes directas del Rey?-
-Solo digo, que si les da una orden que parezca más disparatada de lo habitual… Consulten con su capitán, o conmigo. ¿Entendido?- dijo Nyrae, dando una palmada en el hombro del más alto.
Los hombres siguieron con sus gestos de sorpresa, aunque parecían aliviados por no tener que pasar otra noche de guardia.
El chico siguió adelante por el pasillo, y entró en el Cuarto Rojo. Los aposentos del rey.
La gran sala apenas estaba iluminada por las llamas mortecinas de la chimenea.
La enfermera, menuda y delgaducha, permanecía sentada en un rincón mirando el vacío con extraña fascinación. Al verlo entrar, se levantó y le dedicó una rígida reverencia, para volver a sentarse inmediatamente y retomar su pose pensativa.

El viejo rey yacía en la cama, entre gruesas mantas y pesados doseles color carmín a medio correr. Su pesada respiración llenaba la habitación en silencio, rebotando en cada rincón con un eco oscuro. Sus pequeños ojos, hundidos en arrugas y los pliegues que la edad había tallado en sus párpados, se fijaron inmediatamente en el recién llegado.
- Bas… tardo…-
Nyrae tomó asiento junto a la cama, y con una sonrisa intentaba no mirar al hombre yaciente. Le recordaba a la muerte. Era el retrato de aquello en que todos nos convertiremos algún día, el fin de los días. La enfermedad, el dolor, la soledad en el lecho de muerte… Hasta el más grande llega a su final.
Le recordaba a la muerte, y eso al Heredero no le gustaba.
- Hola, viejo. ¿Por qué sigues vivo?-
- ¿He… oído… bien?-
El chico lo miró con extrañeza.
- ¿Disculpa?-
- Has… tratado… de… usted… a… los… guardias…-
- Por supuesto, soy un hombre educado.- acompañó esto de un gesto teatral.
El rey, con ojos llenos de reproche, intentó gritar:
- SON SUBORDINADOS.-
Nyrae sonrió.
- Son TUS subordinados. Tus hombres, tus vasallos.-
- Algún día… serán… los tuyos.-
- Hasta entonces, los trataré con la misma formalidad que a cualquier otro desconocido.-
- Es… tú… pido.-
- Viejo idiota.
El rey empezó a carraspear. Y el seco carraspeo se convirtió en una tos profunda y enfermiza. La enfermera corrió a atenderle, y Nyrae se apartó discretamente, observando la escena:
Primero, la enfermera le dio a beber agua de un cuenco, y poco a poco, la tos cesó. Luego, su majestad susurró algo al oído de la chica, y esta trajo un bote humeante, que colgaba en el fuego de la chimenea. El viejo señor empezó a inhalar el vapor del bote y lentamente se sumió en un profundo sueño.
La enfermera devolvió el bote al fuego y miró al Heredero, con severa impaciencia.
- No deberías darle sobresaltos.-
Nyrae sonrió, intrigado.
- ¿Me tuteas?
La chica hizo caso omiso y siguió hablando, en tono bajo pero firme, mientras se dirigía al otro lado de la sala.
- Es un anciano y está enfermo. Su estado es muy grave y lo último que…
- ¿Me has tuteado? ¿De verdad?-
Ella suspiró exasperada y lo miró con fiereza:
- …y lo último que necesita es a un muchacho indolente y maleducado que a penas sabe decir dos palabras sin reírse.
- ¡Yo no me río cuando hablo!- dijo Nyrae fingiendo sentirse ofendido.
- ¡Sí lo haces! Siempre miras a todo el mundo con esa estúpida sonrisa burlona, como si se te debiera algo por el simple hecho de mirarte.
La chica sentó y miró hacia las ventanas, dando por zanjada la discusión, con los labios apretados y las manos cruzadas sobre el regazo.
Nyrae la miró, de pie, al otro lado del diván en que ella permanecía sentada.
- Eres la primera persona que me tutea en mucho tiempo. No me gusta que me tuteen-
No dijo nada como respuesta.
- Sin embargo, me parece interesante que tengas los…”arrojos” para hablarme así.
Ella lo miró de reojo, y comentó:
- Solo le digo lo que se merece.-
-¿Cómo te llamas?-
Por el rostro de la chica asomó un rastro de interés.
- Me llamo Aniek.-
- No sabía que ese fuera un nombre de chica.-
Ella se revolvió inquieta en el sitio. Bajó la mirada y dijo en un suspiro:
- Puede serlo.

Nyrae solamente sonrió y se sentó a su lado, incomodándola. Lo había vuelto a hacer, había sonreído de aquella forma. Aniek solo pudo mirar a otro lado y contenerse. En otra vida le habría parecido atractivo, pero Él era lo que era. El mediocre que sustituiría al Gran Geloth, “el Liberador”. Nada que el chico hiciera podría convencerla de lo contrario. Nada de lo que ella podía imaginar.

Capítulo 1

Capítulo 1

“El continente de Athaeren se divide, geográficamente, en cuatro partes, listadas de norte a sur del siguiente modo: Vorela, Varte, Kal-sha y Da’k-shalk."   -De la Geografía y el Orden del mundo , Tomo Segundo. Por Ankenie de Gare

Dorien se ajustó el yelmo y siguió observando detenidamente el valle que se extendía ante él. La lluvia fina y helada característica de la zona caía sin cesar, y el agua se filtraba por los listones de madera de los que estaba formada la pequeña atalaya en la que Dorien vigilaba. El chico tiritaba de frío. No podía encender un fuego porque el humo podría delatar la posición de la torre ante los enemigos. Eran las cinco de la tarde y el sol ya estaba a punto de ponerse, pronto llegaría su relevo y podría irse al pueblo a tomar unos vasos de aguardiente para entrar en calor. El viento empezó a azotar con fiereza los fundamentos de la atalaya, y ésta empezó a moverse violentamente de un lado a otro. Dorien estuvo a punto de caer, y tomó la decisión de bajar. Su turno ya había terminado, y esa torre era una trampa mortal.
-¿Qué estás haciendo?
Dorien soltó un respingo y se giró bruscamente. Mara, su relevo, lo miraba con desaprobación.
-¿Es que eres incapaz de estar en tu sitio?
- La torre se mueve por el viento, temía que…
-Eres un debilucho.
Mara se encaramó a la escalerilla de la atalaya y subió en un momento. Vivía con su abuelo en la ladera de la montaña, pero en invierno volvían al pueblo y vivían en la casa de sus difuntos padres. Los padres de Mara eran militares de alto rango. Su madre era la comandante jefe de la armada de la Reina del Sur, y su padre era el capitán de la segunda tropa del Ejercito de la Montaña. Era fácil saberlo, porque ella lo repetía siempre que tenia ocasión.
Dorien siguió un angosto sendero hasta llegar al camino principal. La lluvia seguía cayendo, y el barro le manchaba las botas.
Cuando llegó al portón de la pequeña fortificación que defendía el pueblo de Sheriam de los bandoleros, dos guardias gritaron desde las almenas.
-¿Quién hay?
-Soy Dorien, guardián diurno de la atalaya oeste.
La lluvia y la creciente oscuridad dificultaban la visión, y los guardias no se fiaron.
-Demuéstralo. ¿Quién hace el mejor asado del pueblo?
Dorien rió antes de contestar.
-¡Leina, la hermana de Haru la panadera!
Las puertas se abrieron y Dorien entró corriendo.
Lo primero que se podía ver al entrar por el portón era una estatua de piedra con forma de oso, símbolo del Reino del Vorya, y, alrededor, la plaza del mercado, que se llenaba de carretas y tiendas de mercaderes en los meses más cálidos. A los lados de la plaza, las bajas casas de madera y piedra se amontonaban entre calles empedradas recientemente.
Dorien corrió hacia la taberna del pueblo situada enfrente de la estatua. El local no estaba muy lleno, ya que el invierno en la montaña no era propicio para recibir la visita de mercaderes y viajantes. Estaban los hombres y mujeres de siempre, y dos desconocidos ataviados con sombreros y oscuras y voluminosas ropas que los escondían.
-¡Mider! Ponme un aguardiente.
-Ahora mismo.
Dorien cogió una silla y se sentó al lado de la gran chimenea. Se quitó el yelmo y la cota de malla, así como otras protecciones. El fuego empezó a calentarle el cuerpo y a secar su ropa, y Dorien al fin empezó a sentirse mejor. Le dolía la cabeza y le goteaba la nariz.
Mider, la camarera, se le acercó y le dio una pequeña jarra de madera con aguardiente.
-Gracias. Oye,- la cogió del brazo y acerco su cara a la suya- ¿sabes quiénes son esos dos?
Mider los miró de reojo.
-Dicen ser dos hermanas que van a ver a su padre en Teron.
-¿Dos mujeres viajando solas por la montaña en pleno invierno?¿No podrían ser mercenarias?
-Podrian serlo, pero si lo fueran ya habrían atacado. Además, han superado la inspección de los guardias, y no llevan armas.
-Gracias, Mider, pero las vigilaré por si acaso.
Mider se alejó moviendo sus voluptuosas caderas y sacando pecho ante un grupo de hombres de la mesa de al lado.
Dorien bebió intranquilo, con la sensación de que esas figuras oscuras y siniestras lo vigilaban. Cuando salió de la taberna, esperó escondido en una esquina, y sus sospechas fueron confirmadas al ver a las dos mujeres salir poco después. Empezaron a mirar en todas direcciones y se descubrieron el rostro. Eran dos chicas de unos diecisiete años, su misma edad. La más alta tenia rasgos redondeados y los ojos negros, su rostro denotaba una sabiduría oculta y antigua. La más baja tenia los rasgos más finos y la piel clara como la nieve, en sus ojos marrones se reflejaba la oscuridad del crepúsculo. Los sombreros, desmesuradamente grandes y puntiagudos, cubrían su cabello, pero algún mechón suelto delataba que ambas lo tenían castaño.
La más alta miró a su compañera.
-¿Crees que se ha dado cuenta?
La otra muchacha miró al cielo, afirmó con un gesto y suspiró. La brisa helada sopló, y algunas nubes se apartaron dejando que la luna llena inundara el pueblo con su luz. La piel de la chica adquirió un brillo sobrenatural y un escalofrío recorrió el cuerpo de Dorien.
-No sé cómo lo convenceremos. Este pueblo está lleno de partidarios de Nyrae, él mismo forma parte de la guardia.
-Solo es un vigilante- dijo la más alta -quizá solo lo haga por dinero.
- Esperemos que sea así. Daina confía en nosotros, no podemos fallarle.
- ¿A qué se debe tanta lealtad?
- Ella nos salvó, y ya ha demostrado que puede y merece ser nuestra líder.
-No necesitamos una líder.
-Ya hemos hablado miles de veces de esto, tú misma juraste lealtad, no es momento ni lugar para dis…
De repente las dos se giraron y miraron hacia donde estaba Dorien. El chico habia pisado una rama sin querer.
- Dorien,- dijo la más alta con voz suave y calmada -solo queremos hablar contigo.
Dicho esto ambas empezaron a acercarse, y Dorien echó a correr.
Corrió tanto como pudo, presa del miedo. Esas chicas no eran trigo limpio. Sabian cosas sobre él, y por cómo habían hablado, eran enemigas de Nyrae “alma helada”, el sucesor del Rey.
Alma Helada, como la gente del Norte le llamaba, había aparecido hacía un año en la corte del Rey Geloth, Señor de Otued y las Montañas Pirai, también llamadas “Las Heladas”. Al poco de llegar como simple criado, el Rey se fijó en él y lo trató como si fuera su propio hijo. Muchos decian que usó malas artes para recibir este trato, pero desde que empezó a tener poder en el reino, los bandoleros y los mercenarios de la Marquesa, una enemiga acérrima del rey, habían dejado de atacar los pueblos y ciudades del reino. Nadie sabía de dónde salió Alma Helada, lo único seguro era que era mejor estar de su lado.
Dorien corrió a través del pueblo y llegó a la zona rural, donde abundaban las granjas abandonadas. Las dos chicas lo perseguían impasibles, sin que una sola gota de sudor surcara sus rostros. De vez en cuando le pedían que parase, pero el estaba dispuesto a no dejarse atrapar. Pronto se dio cuenta que corriendo no se libraría de sus perseguidoras, así que trazó un plan para esconderse. Haria que lo siguieran hasta el viejo molino, y allí se escondería un rato. Mientras ellas lo buscasen, él se escaparía e iría al pueblo a pedir ayuda.
Así que tomó el camino de tierra embarrado que subía hasta una pequeña colina donde la sombra del viejo molino se recortaba en la luz de la luna. Cuando entró pensó rápido y subió al segundo piso, donde el molinero había tenido su habitación, y se escondió en un agujero tras el armario. Era un poco angosto, pero servía para esconderse. Por delante, el fondo del armario amenazaba con romperse a cada movimiento y estaba lleno de agujeros que las termitas habían hecho durante años. A la altura del ojo, un gran agujero en un nudo de la madera le permitía ver, a través de las puertas entreabiertas del mueble, si las chicas se acercaban a su escondite. Si era así, siempre podía tirarles el armario encima y echar a correr. Aunque algo le decía que el armario era poco para ellas.
Pronto oyó pasos en el piso de abajo, y pasado un rato, el crepitar de la escalera. Al cabo de veinte minutos, las dos chicas ya estaban en la habitación.
-Dorien, sabemos que estás aquí- dijo la más baja.
-No puedes huir, estas acorralado.- tras decir esto, la alta cerró un momento los ojos con fuerza y Dorien notó un molesto zumbido en los oídos.- Y lo de tirarnos el armario encima no funcionará.
La otra chica la miró extrañada. A pesar de su sorpresa, Dorien siguió quieto, sin decir una palabra. Durante cinco minutos ninguno de los tres se movió o dijo nada, hasta que la más baja rompió el silencio.
-Yo me llamo Nesa, y ella es mi amiga Lia. No queremos hacerte ningún daño.
Dorien siguió en su escondite, sin dar señal de entendimiento. Lia, la chica alta, resopló y gritó:
-¡Acabemos con esto!
Se quitó los ropajes negros y pesados que la cubrían, mostrando una especie de uniforme real: una camisa blanca de mangas largas y anchas, unos pantalones negros y abombados que llegaban hasta las pantorrillas, donde empezaban unas grandes y robustas botas de cuero; encima de la camisa llevaba un chaleco negro de un suave tejido extraño, con grandes botones anudados  en el extremo izquierdo de la prenda; bordado con hilo plateado en la zona del corazón, había un símbolo que representaba una puerta con grandes columnas clásicas a los lados y hiedra recorriéndolas. El detalle del dibujo era pasmoso.
La chica se acercó al armario y cogiéndolo de los lados lo levantó con sorprendente facilidad y lo lanzó al otro extremo de la habitación. Su compañera tuvo que apartarse a una velocidad sobrenatural para pegarse a la pared y evitar el mueble.
Dorien quedó al descubierto y se preparó para huir, pero echando un rápido vistazo comprobó que ahora el armario bloqueaba la única puerta de la habitación. Miró a los lados, y solo encontró una ventana, si aprovechaba que Nesa, la chica baja y la que parecía más rápida, aún estaba despistada por el incidente del mueble arrojadizo, podría correr hacia la única salida y saltar.
El chico aprovechó que las chicas le quitaron la vista de encima un momento para discutir y corrió hacia la ventana, arrojándose con fuerza para romper el cristal. Detrás de él oyó a las chicas gritar. Al caer se golpeó la cabeza contra algo, pero con mucho esfuerzo consiguió incorporarse y salir corriendo hacia el pueblo.
Intentó no mirar atrás, pero al cabo de poco rato oyó a las chicas persiguiéndolo. Cuando llegó a las granjas abandonadas, la vista empezó a fallarle y la cabeza le empezó a dar vueltas, pero siguió corriendo agotado a través de las casas, cada vez más juntas, de las granjas sin dueño.
Pero cuando estaba cerca del pueblo tropezó, y no pudo encontrar fuerzas para volver a levantarse. Se arrastró como pudo por el suelo enfangado en un vago intento de seguir huyendo, pero la vista le falló y perdió el conocimiento.


.                    .                    .                    .                    .                    .                    .

Dorien entreabrió los ojos al percibir una luz cerca de él. Apenas podía ver nada, pero notaba que estaba en una cama, y que seguía sucio de barro. Notaba el fango seco al tensar las mejillas para abrir los ojos.
-¿Ya estas despierto?-.
Al principio, el chico no reconoció la voz, pero al cabo de unos segundos algo se activó en su cerebro y le llenó de terror. Era Lia, la chica alta, una de sus perseguidoras.
Dorien se revolvió en la cama, pero apenas pudo moverse, sus músculos estaban adoloridos y agarrotados. No estaba acostumbrado a tanto esfuerzo físico. Intentó mover los brazos de nuevo, y entonces notó que estaba atado a la cama por las muñecas, y también por los tobillos.
Intentó gritar, pero ningún sonido salió de su boca. Todo eso parecía una pesadilla.
Al cabo de un rato la vista se le volvió más nítida y empezó a observar la habitación.
La habitación era de madera, con solo una pared de piedra. Era un dormitorio lleno de polvo, seguramente hacía mucho tiempo que nadie lo usaba. Debían estar en una de las granjas abandonadas. A Dorien le tranquilizó saber que aún se encontraba en el pueblo.
De repente empezó a sentir un zumbido grave y persistente que tomó como consecuencia del golpe.
Solo estaba una de las dos chicas. Era Lia, la chica alta que había levantado el armario como si fuera una almohada. Estaba sentada encima de la otra cama y lo miraba entre una cortina de pelo castaño mientras se abrazaba las rodillas. Parecía tan… normal.
-Es que SOY normal.
Dorien soltó un respingo. Había ocurrido lo mismo en la habitación del molino. ¿Era posible que esa chica pudiera leer la mente? Dorien descartó esa idea e intentó buscar una explicación razonable. Debía ser una coincidencia. Solo eso. Ni esa chica, ni nadie más podía leer la mente, era una estupidez.
-No es ninguna estupidez. Puedo saber lo que piensas. Aunque, más que “leer la mente”, oigo tus pensamientos y veo las imágenes a las que están asociados.
Dorien intentó decir algo, pero solo salió aire de su boca.
-Eso te lo ha hecho Nesa. Hay gente buscándote. Han pasado dos días, y hemos tenido que hacer uso de técnicas detestables para que no nos crean causantes de tu desaparición. Por suerte, la lluvia de esta semana ha deshecho algo de nieve, y al fin podemos irnos de este lugar de mala muerte.
Dorien se sintió aterrorizado, pero no podía hacer nada. Intentó levantarse, haciendo chocar la cama contra la pared para desencajar la estructura de ésta, pero no funcionó.
-Estas haciendo mucho ruido, será mejor que te vuelva a dormir hasta que Nesa vuelva.
Dicho esto, Lia se levantó de la cama y cogió algo de una bolsa que había sobre la cómoda. Después se acercó a él y le sopló una especie de polvo en la cara.
-Dulces Sueños.




-…lo único que queda por hacer.
-¿Y cómo espera Daina que nos lo llevemos? No podemos retenerlo en silencio. ¡No está quieto un segundo! Y no podemos llevarlo drogado todo el rato.
-Por eso tenemos que hablar con él de forma civilizada. Si le contamos todo, nos ayudará.
-¿Estás segura? ¿Quién te dice que no prefiere esto?
-¡Como va a preferir esto!
-Por lo que sé, su vida antes de esto era una mierda. Se intentó suicidar varias veces. Allí es un inadaptado y un Don Nadie, en cambio, aquí es totalmente feliz. ¿Tú renunciarías a una vida así para volver a ser una desgraciada? Yo no.
-Pues si no quiere, que no vuelva, pero tiene que ayudarnos, si no lo hace, Nyrae…
Nesa interrumpió su frase. Se habían dado cuenta de que Dorien estaba despierto. Seguía atado y mudo.
Nesa se acercó a él.
-¿Estás dispuesto a hablar con nosotras de forma civilizada y sin intentar huir?
Dorien pensó un momento. Algo le decía que tenía que saber más, era algo más que simple curiosidad. Además, no tenía ninguna otra salida.
El chico asintió, y las dos muchachas suspiraron aliviadas.
-Primero, te devolveré el habla.
Nesa se toco el pecho y dijo un par de palabras extrañas en voz baja. Dorien sintió un ligero ardor en la garganta y tosió.
-¿Cómo lo has hecho?- dijo aun con la voz rasposa.
Lia se llevo dos dedos a los labios.
-Es secreto- dijo en voz baja.
Mientras Nesa lo desataba, Lia se toco el pecho con una mano, y con la otra empezó a acariciar puertas y ventanas a la vez que susurraba algo.
-Es para que no escapes.
Dorien estaba impaciente, todo le parecía ir desesperantemente lento y su cerebro funcionaba a trompicones. Era como una historia explicada en breves parágrafos.
Al fin Nesa se sentó enfrente de él, con Lia de pie a sus espaldas.
-Te lo diré claramente: si te contamos la verdad, nunca más podrás huir.
Dorien tragó saliva, alarmado.
-¿Es una amenaza?
Nesa negó con la cabeza:
-No, es una realidad. Desde el mismo momento en el que sepas la verdad, estarás atado a ella para siempre. Hasta el día en el que mueras, o te vuelva loco y decidas quitarte la vida tú mismo.
Una lucha interna se libró en el chico. ¿Qué hacer?
-Pues soltadme.
-No lo tenemos permitido.
El corazón le latía con la fuerza de un torrente. ¿Qué hacía allí? Era alguien insignificante, sin poder en la aldea. No podían sacar nada de él, no podían conseguir nada de él que no pudieran de otro de las decenas de chicos que poblaban el lugar.
-¿Por qué a mí?
Silencio.
- ¿Por qué me habéis cogido a mí?
Ni siquiera lo miraban.
Por dentro, en algún lugar de su ser, había una pequeña fracción que lo animaba… “pregunta”… “pregúntalo”… “debes saberlo”…
Pero, si era cierto lo de esa verdad, ¿perdería su vida?
No le asustaba perderla de una forma física. No le daba miedo la muerte. Lo que lo aterraba de verdad era perder su vida de una forma más intangible. Aquello que había labrado durante años, las amistades que había conseguido y mantenido, los logros que había sembrado y recogido con orgullo… A su parecer, eso era la vida, más que el hecho de estar vivo.
Pero ahí quedaba un rastro… Algo que impulsa a veces al ser humano a perderlo todo por nada: la curiosidad. La Gran Creadora. Origen de la creatividad y el descubrimiento…
Y esta, finalmente, es la que gana siempre.
-Quiero saberlo, contádmelo.
Nesa se sentó de nuevo ante él, emocionada, mientras Lia miraba hacia otro lado con… ¿Desaprobación?


Nyrae pasó las manos sobre el antiguo escritorio. La madera veteada causaba una extraña y placentera sensación en la palma de su mano. La habitación estaba débilmente iluminada por una robusta ventana, con uno de los postigos cerrado. Al Viejo le dolía la cabeza y no quería luz.
Rió para sí. Era un espectáculo lamentable, ver al anciano echado en su cama, con los doseles cerrados y una joven enfermera atendiendo cada uno de sus caprichos. Nyrae se prometió que si algún día acababa así, se mataría para no resultar la molestia en la que el Viejo se estaba convirtiendo.
Fuera, la nieve caía con fiereza, y el viento golpeaba fuertemente la torre. El chico odiaba eso. Él venía de un lugar cálido, en el que, aunque no era de clima tropical, rara vez nevaba y el clima siempre era clemente.
La enfermera, una muchacha de apenas quince años, poco agraciada y de mirada huidiza, se acercó a él y le dijo en voz baja:
-Quiere hablarle.
-Voy.
Le habló de usted. Todos lo hacían. Creían que era importante, que era superior a ellos, y le encantaba. Era el único capaz de acercarse a su Rey y hablarle como quería. El único capaz de ir a cualquier lugar del palacio sin ningún permiso firmado.
Se acercó a la cama, apartó el dosel y miró al anciano a la cara. Estaba consumido. La barba le caía raída por un lado, las mejillas se le marcaban y sus ojos parecían dos cristales vacíos.
-¿Qué quieres Viejo?
-Qué… haces… rondando… mi… cama.
Hablaba con la voz quebrada. Era como el viento entre las rocas: silbante, desagradable y entrecortado.
- Estoy esperando a que te mueras.- lo decía sinceramente, aunque pareciese broma.- Los médicos prometieron que tardarías menos.
- Buitre… desvergonzado…- lo dijo sonriendo.
Era una relación de igual a igual. El Viejo no tenía hijos. Al menos, ninguno que quisiera reconocer. Cuando Nyrae llegó, el anciano vio en él un digno sucesor, un vivo reflejo de sí mismo cuando era joven. Entonces, ya sabía que iba a morir, y le preocupaba no dejar a nadie que ocupara su lugar. El chico era frío, desvergonzado, astuto, inteligente y, sobre todo, un gran mentiroso. No era el gran luchador que había sido el Viejo de joven, pero era un estratega y político muy superior. Algo adecuado a los tiempos que corrían.
- Estás montando un drama. Eres un exagerado.- Nyrae lo dijo sin mirarlo siquiera.
-Me… muero…
- Miles de personas mueren cada día, y algunos hasta se mueren sin que nadie se entere. Deberías aprender de ellos.
El anciano hizo un amago de risa, pero solo consiguió toser y dañarse. La enfermera se acercó para ayudarlo, pero él la rechazó.
-Pronto… me… suce… - tosió aún con más fuerza- me… sucederás.
-Esperemos que sea así, PRONTO.
Nyrae se levantó y dejó al anciano descansando. Pronto llegaría su momento, pronto alcanzaría aquello por lo que había luchado. Tenía tantos cambios en mente… Tantos proyectos… Al fin sería alguien.
Ya en la puerta, el chico se dirigió su mirada a la cama.
- Sabes, Viejo, te voy a permitir estos últimos momentos de teatrillo. Al fin y al cabo…-
Giró y siguió caminando hacia el pasillo.
-…no todos los días, muere un Rey.
Puso las manos tras su cabeza y se alejó silbando con ligereza.

La enfermera lo miró con mala cara. Ese chico no tenía modales.